Coronavirus: una mirada desde U Yits Ka’an

Llevamos ya cerca de 25 años de haber sido sembrados en estas tierras del sur de Yucatán. Hemos apostado por la agroecología como el vértice que puede permitirnos a todos, especialmente a los pueblos mayas de Yucatán, alcanzar un cierto grado de soberanía alimentaria y contribuir así al cuidado de la Casa Común y a una agricultura más ética, más sana, más sustentable.

A partir de muchas experiencias distintas hemos llegado a constatar que el modo de vida del pueblo maya, su resistencia a las múltiples opresiones y desprecios contra los que tiene que luchar, es un buen norte en nuestra navegación hacia el Buen Vivir. Insistimos, junto con muchos especialistas en el campo de las ciencias biológicas y agroecológicas, en que mostrarán mayor resiliencia aquellas comunidades y grupos humanos que cumplan con tres requerimientos importantes: tener la habilidad de cultivar su propia comida, usar la menor cantidad posible de energías no renovables y mantener un fuerte tejido social. Creemos que estas tres características pueden permitir al Sapiens sobrevivir en medio de la catástrofe ambiental que ha creado con su modo de vida.

Recientemente, el enfrentamiento de la pandemia de COVID 19 ha sido ocasión de reflexión para nosotros. Queremos compartirles, desde la dirección de U Yits Ka’an, nuestro pensamiento para abonar la discusión que tenemos que seguir manteniendo en la búsqueda de mejores condiciones de vida para nosotros y para el planeta. Nuestras reflexiones están alimentadas e iluminadas por la carta magna de la ecología integral, la Carta Encíclica del Papa Francisco sobre el Cuidado de la Casa Común, conocida con el nombre de Laudato Si’ (en adelante LS)

Nuestras reflexiones

Lo primero que notamos es que, por vez primera, estamos constatando que vivimos en una aldea global y comenzamos a descubrirnos como parte de un todo que nos rebasa. Seguir manteniendo el antropocentrismo, denunciado por LS 115-136, es negar una de las verdades que ha alcanzado a comprender ya la ciencia: que la especie humana, con su peculiaridad de razón, libertad e inteligencia emocional, no es un factor externo al conjunto o que pueda desarrollarse con independencia. La naturaleza toda –dentro de la cual hemos de mirar a la especie humana–, con sus ciclos y sus ritmos, tiene una sabiduría inscrita en su misma estructura. Ignorar que en la naturaleza todo está interconectado y que nuestras acciones tienen consecuencias en muchos ámbitos fuera de lo humano, es fuente de un modelo de conducta que aleja al ser humano de su vocación fundamental: ser guardián y custodio, administrador responsable de los bienes que Dios ha creado para todas y todos.

Un segundo elemento que consideramos importante es el reconocimiento de que hemos traspasado todos los límites. Nos rehusamos a admitir que la Tierra es un ser vivo. Recordemos la sabiduría de las y los campesinos mayas que saben muy bien que, para que la tierra pueda darnos la comida que necesitamos, ella también necesita ser alimentada por nosotros. No se trata solamente de la teoría de James Lovelock: la situación actual nos

recuerda hasta qué punto es esencial que recuperemos la mirada de la Tierra como un ente que busca también sobrevivir y que, a través de sus propios mecanismos, se deshace de aquello que le estorba o le impide la continuación de la vida.

Un tercer punto es que la crisis ocasionada por la aparición del COVID 19, apunta el rumbo más acelerado del deterioro de la vida humana no a partir de elementos externos (diluvios, asteroides que chocan contra la tierra, catástrofes hollywoodenses) sino de elementos microscópicos, invisibles al ojo humano, pero capaces de causar muerte y destrucción aceleradas como producto del modelo de vida que llevamos. Estamos generando nuestra propia destrucción. Pensamos que crisis de este tipo anticipan las predicciones de los científicos que sostienen que a partir del 2030 comenzaremos a resentir poderosamente las consecuencias del deterioro del medio ambiente. Nuestra falta de escucha y la pobreza de las medidas acordadas para resolver el problema ambiental, ha ido acelerando el deterioro de nuestra calidad de vida y pone en riesgo la supervivencia de nuestra especie.

Un cuarto elemento a considerar, situado en el centro de nuestro interés como organización agroecológica, es el del sistema alimentario. Está ya comprobada la inviabilidad del actual sistema que favorece y privilegia los monocultivos y los traslados de productos desde largas distancias. No solamente favorece las emisiones de CO2 que incentivan la crisis climática, sino que nos aleja de la fuente de nuestra alimentación, desplaza los productos que se cultivan de manera respetuosa con el medio ambiente y concentra el dominio de los alimentos en manos de las empresas transnacionales. La perversidad de este sistema de producción alimentaria mundial radica en la consideración de la alimentación como un negocio y no como un derecho humano.

Si el coronavirus se mira solamente como una enfermedad más a combatir, aun cuando establezca medidas sanitarias y modifique algunos patrones de interacción humana, dejará intacta la realidad estructural que lo permitió. Es cierto que la pandemia ha sido ocasión para actos de humanidad que nos conmueven: médicos/as y enfermeros/as en los hospitales, artistas cantando en sus balcones, héroes y heroínas anónimas… pero lamentablemente se necesita mucho más que heroísmos individuales. Consideramos que lo que está ocurriendo es una buena oportunidad de plantearnos la problemática de conjunto y tomar decisiones que favorezcan un verdadero cambio de rumbo.

¿Es posible tal cambio de rumbo? En U Yits Ka’an apostamos por tal posibilidad, aunque lo hacemos desde un realismo que puede a veces parecer pesimista. Este modelo de desarrollo basado en la actual relación ser humano – planeta, está condenado al fracaso. Solamente con un esfuerzo conjunto podremos responder a este desafío. Esto significa un auténtico cambio de paradigma que implica una verdadera conversión ecológica, la modificación de patrones de producción y de políticas públicas, y decisiones encaminadas al cambio individual pero también al estructural de la sociedad. Llevamos bastante tiempo acostumbrados a vivir en medio de desechos, de aguas contaminadas, de aire enrarecido. Y no hacemos nada para cambiar. En U Yits Ka’an estamos convencidos que nuestra especie humana, con todos sus defectos, merece darse una nueva oportunidad. Esa oportunidad pasa por comenzar a considerarnos cada vez más como partes de un todo, implica superar la idolatría del dinero y

los capitalismos de signos diversos, por construir una ciudadanía más planetaria en la que los derechos de la especie humana y de la madre tierra sean respetados.

¿Quién dijo que todo está perdido? En U Yits Ka’an continuaremos en el terco empeño de construir, desde la sabiduría del pueblo maya, un nuevo equilibrio planetario, que respete la sabiduría de los ciclos naturales y devuelva a la producción y consumo de alimentos su dimensión humana y ecológica. La tradición judía proponía el descanso sabático como elemento fundamental para la plenitud humana e incluía en tal descanso a la tierra entera. En la espiritualidad maya, el Chikín es el rumbo del tiempo que evoca el descanso y la regeneración. La pandemia del coronavirus nos ofrece la oportunidad de reconsiderar la importancia de respetar los ciclos regenerativos de la Madre Tierra y dejar de someterlos a nuestro arbitrio, siempre hambriento de lucro. La tierra, el planeta entero está cansado: la especie humana tiene que parar su frenética carrera y regresar al respeto de los ritmos propios del planeta.

Queremos terminar con las palabras de Jürgen Moltmann, un teólogo que nos impactó en nuestros tiempos juveniles y que hoy, a sus 93 años, con extraordinaria lucidez, acaba de decirnos: “Si sabemos que no vamos a sobrevivir, seguramente no haremos nada. Si tenemos la certeza de que vamos a sobrevivir a pesar de todo, tampoco haremos nada. Solo cuando consideramos que el futuro está abierto a ambas posibilidades, tendremos la fuerza para hacer lo que debemos hacer… El eterno SÍ de Dios a la creación terminará por reafirmar nuestra existencia, incluso a pesar de nosotros mismos”. (The Tablet, 21 de marzo de 2020: disponible en www.thetablet.co.uk)

Atilano Ceballos Loeza, director

Raúl Lugo Rodríguez, secretario

NOTA: Nuestra reflexión encuentra eco en análisis que se vienen haciendo en estos días. Adjuntamos aquí un artículo reciente de Andrés Kogan Valderrama, investigador chileno especializado en educación ambiental.

Agroecología frente a las pandemias modernas

18 marzo, 2020. Andrés Kogan Valderrama.

En medio de una pandemia por el denominado coronavirus (Covid-19), el cual tiene a los grandes medios de información comentando sobre el número de personas infectadas, fallecidas y las medidas para detener su expansión mundial (cierre de fronteras, estado de excepción, cuarentena, aislamiento social), se puede ver como el foco ha estado puesto en la prevención, contención y búsqueda de tratamiento.

Sin embargo, con respecto a las causas, si bien se cree de que tiene un origen zoonótico, cómo es el caso del consumo de sopa de murciélagos en mercados chinos, el problema de

fondo no pasa por el consumo de animales silvestres, como bien plantea la investigadora Silvia Ribeiro, sino por la misma destrucción de los hábitat de aquellos seres vivos por la agricultura industrial, lo que genera las condiciones para las mutaciones aceleradas de virus. Esto acompañado al uso y abuso de antibióticos para el negocio de la carne (engorde y prevención de infecciones en animales).

En otras palabras, las causas estructurales, al igual que otros virus (gripe aviar H5N1, gripe porcina H1N1 y la enfermedad de la vaca loca) guardan relación con un sistema agroalimentario que se sostiene en la idea antropocéntrica, de que ciertos animales (cerdos, vacas, pollos) son meros objetos para la explotación. En consecuencia, como también plantea el investigador Rob Wallace, estamos cada vez más insertos en un Planeta Granja, en donde el agronegocio lo que busca finalmente es concentrar la producción de alimentos en todo el mundo, sin importarle en lo más mínimo, que sea a través de la apropiación de tierras, desforestación y uso de agrotóxicos.

Por consiguiente, el problema va mucho más allá de lo que plantea una mirada salubrista, centrada en la salud pública, sino más bien en cuestionar un sistema de vida actual, que le ha declarado la guerra a la Naturaleza, al creer estar por encima de sus límites. De ahí que urgen políticas que pongan en el centro el cuidado de la vida, que sean capaces de rescatar conocimientos no solo científicos y que permitan crear sistemas alimentarios sostenibles.

Por todo aquello, que la agroecología es la mejor alternativa frente a la agroindustria actual, ya que es capaz de entrelazar saberes provenientes de las llamadas ciencias naturales y ciencias sociales, rompiendo así con la dicotomía cultura-naturaleza. De ahí que conciba al mundo desde una mirada socioecológica, en donde las desigualdades sociales como ambientales sean parte de lo mismo.

Además, la agroecología es el resultado de vínculos con movimientos sociales y organizaciones campesinas, indígenas, de mujeres y trabajadores rurales sin tierra, los cuales conciben la alimentación autónomamente, situada a los territorios, y no como algo externo a ellos, como el negocio de la alimentación nos ha querido hacer creer con sus productos provenientes de distintos lugares del mundo, sin importarle en lo más mínimo la huella ecológica generada.

El caso de la Vía Campesina sea quizás el más notable que exista, ya que agrupa a 200 millones de agricultores, 164 organizaciones repartidas en 73 países, provenientes de África, Asia, Europa y América, en donde se impulsa una agricultura a pequeña escala. De ahí que rechace concepciones reduccionistas y tecnocráticas provenientes de la agronomía, centradas en las innovaciones tecnológicas, que omiten factores institucionales, en donde se juegan las relaciones de poder.

Es por eso que la agroecología fomenta el diálogo intercultural, de manera crítica a los poderes existentes, para rescatar la memoria de distintos pueblos en la historia por miles de años, en relación a como han producidos sus alimentos. No por nada, aunque la agroindustria busque revertir aquello, concentrando la tierra, los pequeños agricultores son los que generan la mayor parte de la producción agrícola en el planeta, como ha constatado la misma

Organización para la Agricultura y Alimentación (FAO), a pesar de que solo tienen el 25% de los territorios.

En síntesis, se hace necesario frenar un modelo agroindustrial, el cual genera tremendos impactos socioambientales y daños irreparables para la salud de los humanos y no humanos, a través de distintas pandemias. Por eso que la agroecología más que una alternativa es una necesidad para afrontar la crisis civilizatoria actual, la cual una vez más se deja ver con la aparición del coronavirus.    (Disponible en www.iberoaméricasocial.com)

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